DETERMINACIÓN DE DISCÍPULO
No se trata solo de comenzar la carrera, sino de llegar a la meta. La determinación de un discípulo no se mide por el entusiasmo inicial, sino por la constancia hasta el final. ¿Estás dispuesto a correr con propósito cada día?

1 Corintios 9:24-27 — «¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que disciplino mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado».
Resulta difícil entender la magnitud de la obra que hizo Yeshúa al morir por nosotros en la cruz. Por medio de su sangre, Israel pudo entrar en un nuevo pacto con el Creador, abriendo un nuevo camino para que todos, tanto judíos como gentiles conversos, pudiéramos alcanzar el Reino de Dios. Hermano(a), por la gracia del Padre y la fidelidad de su hijo, la puerta fue abierta y el camino fue revelado, pero depende de cada ser humano entrar por esa puerta y avanzar por ese camino. Nadie puede hacerlo por ti. Pablo compara la vida del discípulo de Yeshúa con una carrera. Imagina que llegaste al lugar de partida de una maratón de 20 kilómetros. Quieres llegar a la meta. El Juez te permitió correr aunque no lo merecías. Es un juez muy bueno. Comienzas la carrera con alegría y entusiasmo, te dejaron correr y vas avanzando rápido. Después de un rato comienzas a notar el esfuerzo, pero miras atrás y te das cuenta que ya corriste un kilómetro. Te das cuenta de que eres verdadero corredor y estás muy lejos de los otros que llegaron a mirar y no se atrevieron a correr. Entonces, paulatinamente vas corriendo más lento y luego de un rato comienzas a caminar. Sigues contento por haber comenzado la carrera, has recorrido tanto. Eres un corredor, todo el mundo puede verlo. Caminas más y más lento, y sin darte cuenta te están sentando a un lado del camino. Todavía sientes que estás en la carrera y sigues soñando con llegar a la meta, pero ya no avanzas. Sigues en el mismo kilómetro, como si creyeras que el juez, como es bueno, tarde o temprano te va a traer la cinta de la meta hasta donde estás sentado para que puedas ganar una medalla. Eso no va a pasar. Si quieres alcanzar el premio debes avanzar todo el camino y cruzar la meta. No hay atajos. El atajo de la “sola gracia” es una mentira. Tenemos que ser atletas de la fe, determinados y disciplinados, dispuestos a pagar el precio, o no alcanzaremos el reino. Ese es el mensaje de la Biblia desde el Génesis a al Apocalipsis. Ahora bien, oía a una persona decirle a otra que no tenía las capacidades para emprender un negocio porque era inconstante y perdía el entusiasmo fácilmente, que lo mejor para ella era un trabajo remunerado con un empleador que le dijera que hacer y le diera un sueldo todos los meses. ¡Mentira! Éramos desobedientes cuando oímos la voz de Yeshúa ordenándonos ser obedientes, éramos desordenados cuando Yeshúa nos ordenó ser disciplinados, éramos inmundos cuando nos ordenó ser santos, éramos carnales cuando nos ordenó ser espirituales.
Hermano(a), somos el producto de nuestra determinación, la disciplina y la constancia no vienen en los genes de nadie, son producto de nuestra formación y nuestras decisiones, por eso obedecer es un mandamiento no un don de Dios. El don de Dios es darnos la oportunidad de obedecer y ayudarnos a través de su palabra, de sus siervos, incluso de su espíritu, pero no somos autómatas. El arrepentimiento es transformación, y el llamado del evangelio es “arrepiéntanse”, en otras palabras: “corran la carrera y alcancen la meta”.
El Eterno te llamó y te dio las herramientas a través de su palabra, pero el correr hasta la meta depende de ti. Ningún atleta es premiado por ser corredor o por correr la mitad de la carrera, ni siquiera es premiado si llega a un metro de la meta, para ser premiado debe cruzar la meta. Ningún discípulo llegará al Reino por haberse hecho discípulo o haber llegado casi casi hasta el final, la única verdad es que para alcanzar el Reino debes alcanzar el nivel de un varón perfecto o una mujer perfecta espiritualmente, y te debes enfocar en esa meta mientras el Eterno te de vida. En su gracia, el Padre nos puso en la carrera porque sabe que podemos llegar a la meta, si nos determinamos. Si crees que no puedes obedecer la Toráh a la perfección, entonces créele al Padre que te puso en este camino... porque Él sí sabe que puedes. ¡Tú puedes! El Mesías viene pronto, tomemos cada día la decisión de ser perfectos delante de él y, si nos caemos, nos sacudimos el polvo y seguimos corriendo porque el camino del discípulo es una maratón... ¡Y la meta vale la penaaa!
Un abrazo, Shalom!